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Manía 1: Las pepas de limón en la ensalada. No entiendo porqué, pero las pepas de limón me dan asco. Me gusta el limón, pero una vez tuve la mala suerte de mascar una pepa por accidente y la sensación fue asquerosa. Son amargas y resbaladizas, de lo peor. Siempre que voy a comer ensalada reviso que no tenga nada extraño a la vista y si lo tiene, saco pepa por pepa con una cuchara.
Manía 2: Las bolsitas del té, que simplemente no puedo botar a la basura. Saco la bolsa de su paquete y no puedo deshacerme de él. Es tan bonito que me da pena arrugarlo y romperlo, así que lo estiro, lo meto dentro de un libro para que no se pierda y así lo guardo. Considerando que siempre tomo té, tengo muchos, pero muchos paquetitos guardados.
Manía 3: Los zapatos en la casa. Soy como los japoneses, que cuando llegan a una casa se sacan los zapatos en la entrada y se ponen algo más cómodo. En mi caso, hawaianas en verano y pantuflas en invierno. Me siento incómoda si ando con zapatos –e incluso zapatillas-, en mi casa, y eso aunque haya cero grados de temperatura y tenga los pies helados. Por último me pongo dos pares de calcetines, pero más no. Los zapatos en mi casa me hacen sentir aprisionada en el lugar donde se supone que uno se relaja.
Manía 4: Lavarme los dientes después de cada comida. Yo sé que esto es lo que se debe hacer, pero reconozco que exagero un poquito en el intento. Tengo un cepillo de dientes en mi casa, otro en mi bolso y otro en el cajón del trabajo, además de la seda dental que llevo para todas partes. Si me como un dulce o un pedazo de torta y no me lavo los dientes dentro de los diez minutos siguientes, empiezo a pensar que me van a salir caries y no puedo sacarme la idea de la cabeza. Sé cosas freak como que el apio y el aloe vera limpian la boca naturalmente a falta de un cepillo de dientes, o que las comidas harinosas, las bebidas y dulces son lo peor. La última vez que fui al dentista la doctora me dijo que algunas salivas tenían más propensión al sarro que otras y con eso terminó de psicopatearme.